lunes, 10 de enero de 2011

Donde mejor se puede gozar (Rosa Elvira Peláez)

-Eh, nagüe, ven acá.
El grito me sacudió del abismo calórico en que me encontraba, con todos mis sentidos despetroncados; hacía un calor del coño`e su madre en Santiago de Cuba. Yo venía de una reunión kilométrica de casi nueve horas y tenía dispersos mis instintos. Me sentía abrumado y la pregunta no dejaba de acosarme: ¿por qué reuniones tan largas? Dicen que lo importante no puede tratarse en poco tiempo, pero dudo que sea cierto, porque las sanguanguerías se cuelan en las reuniones largas con el apetito de un monstruo de siete cabezas. Qué forma de jodernos la existencia.
Durante nueve horas habíamos estado, literalmente, en un asador, cocinados por el sol repicando en el techo de zinc, con 38º a la sombra, víctimas de unos ventiladores agonizantes que nos echaban vahos calientes y de la cháchara sin fondo de decenas de oradores. Para mi gusto, aquello era un gimnasio para la “sin hueso”: tremendo palique desparramado como si tratáramos algo tan grave como un hipotético hundimiento de la isla. Habíamos estado discutiendo el proyecto de normas para aprovechar mejor los clavos, maderas y otras simiñocas que sobraban en las construcciones. Era imprescindible unificar un plan nacional, por lo del bloqueo y la falta de recursos. Una ejercitación de costumbre, prepararnos pa`lo que viene. De todo el país habíamos llegado a la ardiente ciudad oriental para un encuentro en dos jornadas; la clausura transcurrió con las consabidas bajadas de línea y salimos a la calle como manada desbocada pensando buscar alivio cuando entrara la noche. Era la víspera del 26, Día de la Rebeldía Nacional.
Santiago estaba en julio y en carnaval. Santiago estaba alegre, pese al calor que reventaba las entrañas y licuaba las neuronas. A la noche iba a meterme en el marasmo vibrátil y sensitivo de la pachanga de congas y comparsas, para extraviar mis impaciencias e incertidumbres sobre los clavos, el ahorro y las metas, entre las caderas pródigas y macizas de las negras de Santiago, rebelde ayer, rebelde hoy, rebelde siempre. Amén. Quizá alguna de las pimentosas bailarinas quisiera humedecer mi soledad en la habitación sin agua del hotel Casagranda, frente al Parque Céspedes, en pleno corazón de la ciudad.
-¡Coño, chico, ven acá!
Peiné con la vista los alrededores. Sin dudas, el nagüe-chico era yo. En aquel rincón de la placita, bajo el árbol más frondoso, sólo mi esqueleto se acomodaba en el desvencijado banco. El flaco que gritaba me era desconocido. ¿Y por qué no se acercaba él?
-Dale, consorte, echa pa`cá, te conviene –insistía el flaco, sosteniendo una jaba de dudosos contornos, pero pesada por el arqueo que provocaba en su hombro. Estaba en la esquina de la placita, detrás de otro árbol, unos metros más allá de mi banco.
Me levanté de mala gana y fui hasta él.
-¿Qué te pasa? –pregunté sin ningún tono amistoso.
-Asere, lo que traigo aquí es puro mamey.
-El mamey no me gusta.
-Ñoo, chico, no seas bruto, te hablo de un ronazo que para a un muerto, y barato, vamos, pa`no regalarlo, pero casi lo mismo.
-¿Ron? ¿Lo fabricas tú?
-Un socio, como si fuera mi hermano –contestó, y al ver mi cara, agregó como un cohete: No problem, este ron es lo más saludable que te va a pasar en la vida. Tú no tienes pinta de ser de aquí, ¿habanero?
-Sí.
-Con este roncito nunca te vas a olvidar de Santiago. Palabra de El Jíbaro. Dale, nagüe, descose el bolsillo. Cinco baros es na de na. Pa`lo que vas a llevarte, puro mamey.
-Claro, si tú no te haces publicidad, quién, porque seguro tu abuelita no tiene tiempo. No compro ron en la calle, chico, eso es fu, mira que pasan cosas, mezclan con lo que no es y te viran el pellejo.
-¿Estás contento ahora con tu pellejo? –replicó el flaco. Sus ojitos brillaban como cocuyos. Tenían una lucecita rara, ¿venida de dónde?  Me miraba fijo, parecía un “pitoniso” en pose.
Francamente, yo no estaba contento. Miré el reloj, faltaban par de horas para las nueve, inicio del carnaval. Entonces las calles se alborotaban y todos salían a desparramar las ganas de reír y bailar. El alcohol chorreaba en cada esquina y los tamales, las mariquitas y el pan con puerco sudaban sus olores, y la música era un río voluptuoso, crecido, que arrastraba con todo. Con todo, y después de todo, me dije, por qué no aceptar el ofrecimiento de El Jíbaro. Sería una buena forma de apurar al reloj para mi cita con la joda.
-Bueno, dame una botella.
-Por ocho cañas te llevas dos, una ganga.
-Bueno, dale... ¡eres tremenda ficha, chico! Echa pa`cá –dije, con ganas de sacarme ese pegote de arriba.
Cuando desapareció a la vuelta de la esquina, ya estaba de nuevo en mi banco. Del cartucho saqué una de las botellas, le quité el corcho con visos de materia prima recuperada, y me empiné un buche largo. Nada mal. Me di una serie de cañangazos y en minutos achiqué el líquido hasta la mitad. A partir de ahí me encaramé en una nube donde el tiempo estaba prohibido. Julio me parecía el mes más maravilloso y Santiago la más fresca de las ciudades. ¿Por qué el carnaval dura tan poco? ¿Por qué la vida tiene que ser tan rutinaria? ¿Por qué aguantar reuniones con tipos como esos palucheros que la habían alargado innecesariamente? ¿Por qué tragar metas y consignas sin ton ni son? ¿Por qué soy como soy? Quisiera ser un poco, aunque sea un tin, del burujón de sueños que me recorren y se apelotonan en una cola interminable, racionados, y terminan aburridos y sin chances de reciclarse. Y estaba en eso, un barullo de interrogantes, cuando una mulata de lujo se aposentó a mi lado, embrujándome de primera y para; las tablitas cansadas del veterano banco rechinaron emocionadas cuando aquel trasero les cayó del cielo. Una mujer así sólo podía ser mandada por el cielo. La fulana me encandiló con unos ojos prietos y achinados, me posó una mano en la rodilla, una mano caníbal que no demoró en acomodarse en mi entrepierna. Con la otra mano me untaba el cuello y el pecho, con la devoción que pone un fiñe con ganas de comerse un pan con mantequilla. Me sentía amanecer de felicidad. En fin, que estaba en el mejor de los mundos, más allá del esfuerzo decisivo para sobrecumplir cualquier cosa y de la lucha contra el imperialismo; la reunión se perdía en las brumas del olvido y me sentía capaz de hacer la revolución de nuevo. Es más, me levanté con ganas de ir hasta el Moncada. Siempre es 26, ¿no lo dicen siempre?. Y estábamos en julio, así que podía asaltar el viejo cuartel, convertido en escuela y museo. ¿Por qué no podía asaltar el Moncada? Tenía apenas 24 años. ¿Y qué de qué? Me estaba poniendo belicoso, tenía ganas de romperle el alma a cualquiera, pero también me sentía con ganas de abrazar y ser abrazado. Quería cambiar la duración de las reuniones y de los carnavales. Y sobre todo la duración de mis sueños. Me volví hacia la mulata de fuego, le solté ¡un vamos al ataque! y me guiñó un ojo. No había dicho ni pío. Solamente sonreía, una sonrisa como un saco de azúcar. Con un perturbador contoneo de serpiente se puso de pie y me abrazó la cintura. Vamos, chinita, vamos a ser héroes, le dije gozando por adelantado, estoy en el Casagranda, le susurré. Ella sonreía, solamente sonreía. El sol se había hartado de jodernos, un poco de fresco asomaba. Ya habría tiempo para averiguar su nombre. Era un placer aquella mujer después de tantas horas de teque durante dos días. Caminamos hasta la esquina, yo iba feliz, con mi cartucho de la suerte bajo el brazo, imitando a Tito Gómez y a todo trapo entonando Voy por la vereda tropical...


Cuando desperté me sentía totalmente desguabinado. Un viejo me miraba con sorna. Me encontraba recostado en un muro y el viejo tenía un cartucho en la mano; sacó una botella medio llena, y me dijo:
-La otra se hizo leña. ¿Puedo echarme un trago?
-Quédese con eso, es un ron malojero, no me acuerdo de nada... Nada de nada, ¡ñooo!, o sí, había una mulata conmigo. ¿Dónde se metió?
-Y qué carajo sé, compay. Usted estaba más sólo que un pozo seco cuando tropezó con el muro; menos mal que yo pasaba cerquita; el golpe de la cabeza no es na del otro mundo, le quedará un chichón varios días. Dese con un canto en el pecho que no paró en el hospital.
-¿Empezó el carnaval? –quise saber, mi voz parecía venir del más allá.
-Ay, mijo, tú estás sopla´o, hace tres horas la última conga pasó con todo. Ahorita amanece. La cumbancha la siguen unos cuantos que no están tan jumas como tú.
El viejo descorchó la botella y se echó un trago. Un trago que prometía una eternidad y terminó siendo arrojado en la vereda. Con una mueca de disgusto, el tipo me ensartó con unos ojos que buscaban machetearme. Y gritó:
-¡Carajo! ¡Esto es agua!
 Y yo qué sé. Fue lo único que pude pensar, y decir, en aquel momento. Mi lengua estaba como una plomada y yo sólo quería ponerme de pie. Extendí la mano, pero el viejo, demasiado encabritado, tiró la botella al suelo y se largó dejándome allí. ¡Qué manera de comenzar un 26 de Julio!, me recriminaba a mí mismo, mientras en cuatro patas intentaba pararme. Entonces la vi. Si mi vista no me engañaba, a lo lejos, en medio de la calle, mi mulatona cumbancheaba, sola, estremeciendo la calle en sombras, mal iluminada por una farola mugrienta. Cada vez estaba más lejos, como envuelta en una nube inalcanzable, que se la llevaba. Como mi frustrado asalto, recordé.
No sé cómo, pero supe que aquella era su voz; me llegaba su canto: “Al carnaval de Oriente me voy, donde mejor se puede gozar...”

* Rosa Elvira Peláez. Escritora cubana.  Perfil Letralia.
Buenos Aires / junio, 1999


GLOSARIO DE CUBANISMOS:
Nagüe: socio, amigo, consorte, cúmbila. / Despetroncado: aplastado, hecho leña. / Sanguanguería: bobería, tontería. / Palique: cháchara, descarga verbal sin importancia. / Simiñoca: cualquier objeto o tareco, cuando no se desea especificarlo. / Coño: interjección muy empleada en la isla, a veces se utiliza abreviada: ño. / Asere: socio, amigo, nagüe. / Mamey: aparte de ser nombre de un delicioso fruto tropical, se le dice a las cosas que son buenas. / Baro: dinero, peso, astilla, palo, mango. / Fu: malo en cualquier sentido. / Mariquitas: rodajitas fritas del plátano de cocina, saladas. / Caña: baro, dinero, peso. / Paluchero: fanfarrón, hablantín. / Cañangazo: trago, buche de bebida alcohólica. / Tin: pizca, pequeña cantidad de cualquier cosa. / Desguabinado: destrozado, estropeado. / Malojero: raquítico, malo. / Compay: tratamiento amistoso, compañero, compadre. / Sopla´o:  (soplado) alterado, veloz. / Jumao: borracho, beodo./ Cumbancheaba: estaba de fiesta, de juerga.

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