jueves, 10 de febrero de 2011

Ladrón de canicas. (Miguel Olivera Medrano)

El atardecer era en extremo placentero. La declinante calidez solar dejaba tras de sí una ligera sensación de letargo. Se notaban sedientos los rosales, geranios y arbustos. Mientras ahogaban lamentos ancestrales y se tragaban las réplicas a sus borrachos acompañantes masculinos, algunas mujeres recogían del pasto juguetes, recipientes con restos de comida, sillas y taburetes.

Impávidos ante la inminente partida, unos niños corrían tras la pelota, lanzaban las canicas, buscaban romper los hilos que sostenían las filosas runfas (1), intentaban transmitir el petrificador encantamiento, emulaban a rudos y técnicos enmascarados (2), o golpeaban fuertemente un palo pequeño con otro más grande (3).

Se aproximaba el final de la contienda entre los dos jugadores de canicas. Uno de ellos miraba angustiado tanto la decena que aún encerraba el círculo irregularmente trazado en la tierra amarillenta como los bolsillos de su contrincante, repletos de una parte considerable de su tesoro, obtenido en innumerables contiendas.

El presunto perdedor había hecho todo lo posible por evitar la derrota. Nada daba resultado. Al notar su angustia, y con una sonrisa sarcástica, el seguro vencedor lo instó a cambiar su tiro normal por una canica de mayor tamaño. Con vergüenza e ilusión se aceptó la oferta, pero el nuevo proyectil tampoco encontró en su camino ningún mosaico en disputa.

Una risa acompañó un sonido seco. Ahora sólo eran ocho las canicas a sacar de la rueda. Para colmo, el tiro del ganador quedó en el centro.

La enorme canica se movió entre los dedos del perdedor y fue a estrellarse con fuerza en el cráneo del rival. El herido cayó, al tiempo que un cuervo se posaba con torpeza en un arbusto cercano. Pálido, el honorífico vengador tomó una rama del suelo y corrió hacia el ave, al tiempo que gritaba:

–¡Lo picó el pájaro! ¡Lo picó el pájaro!

La persecución fue breve, el cuervo quedó con el cuello casi destrozado. De inmediato fue llevado por su ejecutor adonde se encontraba el atontado y lloroso enemigo y estrellado rabiosamente contra el suelo.

–Te he vengado... ¡Mira cuanta sangre tienes en la espalda!–dijo el enardecido verdugo.

La única respuesta audible fue un sorbido de mocos. Iracundo, el herido tomó el clavo con que fue dibujado el campo de batalla y vació las cuencas del inerte animal.

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1. Consiste en una corcholata (tapa metálica de las botellas de refresco) aplastada y afilada, con dos orificios por donde se pasa un hilo cuyos extremos se atan. Se hace     girar y se choca con la del contrincante, tratando de romper el hilo de la del otro. Por supuesto que triunfa quien corta primero el hilo.
2. Esto tiene que ver con la lucha libre.
3. Este juego en la Ciudad de México se llama bolillo. En Jalisco lo conocíamos como Shangai.


Miguel Olivera Medrano. Mexico D.F.

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