martes, 15 de febrero de 2011

Libro de Reclamaciones (Francisco Pérez Gandul)

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"Le exijo que me dé el libro de reclamaciones, y si no lo hace me iré al juzgado y allí nos veremos la caras, no hay derecho, oiga, a este trato, yo estaba tan tranquilo en esa cola, con mi periódico, con mi rutina en el pensamiento, que el examen del niño, que si el carburador del coche, que si el vencimiento del impuesto municipal, muy tranquilo, oiga, cierto que muy gris todo, porque el color sabe, sólo aparece de vez en vez y no siempre con las tonalidades que me gustan, algo cálido, pastel le dicen, creo, bueno, pues asi, y allí estaba yo, haciendo cola como todo el mundo, pidiéndole, siempre con educación, ¡eh!, a algún descarado que no corriera tanto y que respetase el turno de cada uno, como el de la señora que estaba delante, sabe, morena, menuda, no tenía malas carnes aunque se veía que no prietas, lo que menos me gustaba de ella era que fumaba mucho, y me echaba el humo en la cara, por qué será que siempre el humo le llega a quien no le gusta, a quien le repele, te pongas donde te pongas siempre se va hacia la nariz menos tolerante y empiezan a hacer gestos y tienes que apagar el cigarrillo y encima te fulminan con la mirada, pues ella venga a fumar y el humo para mi, al señor calvo que estaba detrás ni le rozaba, yo me escoraba hacia la izquierda y el humo se vencía hacia el mismo lado, me echaba hacia la derecha, y cambiaba de sentido sobre la marcha y se deslizaba hasta mi, pero al calvo sin tocarlo, yo creo que se equivocaba además de cola, porque sus papeles no eran iguales que los míos, tan diferentes, los mios tenían tantos sellos, tantos se suplica, y él nada, un par de folios, uno blanco y otro rosa, y yo con un puñado, como casi todos, alguno había que tenía no una carpeta, sino una mochila de tantos papeles como llevaba, bueno, pues eso, que estaba tan tranquilo pese a que la cola avanzaba tan poco, cuando llegó esa señora, tengo que reconocer que vaya señora, alta, con unos ojos que no le cabían en la cara y unos labios perfectos, madura sí, pero con la madurez de una buena manzana, redonda, la vi desde que entró por la puerta y me dije que vaya señora, sí, y la seguí con la vista mientras ella, despistada, sabe, porque no sabía en qué cola se tenía que poner, iba de acá para allá con paso rápido, decidido, lo que pasa es que no encontraba su sitio, y había, sí, una penumbra en su cara, un no sé qué triste, cómo iba a estar triste con esa clase, me dije, y después, cuando se acercó al calvo y le enseñó los papeles, me llegó su perfume, nunca lo había olido, y pensé que cómo no iban estar los yonquis enganchados a la heroína si yo me ví encadenado a aquella fragancia desde el primer momento, pues entonces va el calvo y le dice que sí, que es allí y que se ponga delante de él porque lo suyo es más urgente, que él y los que van detrás pueden esperar y que delante mía no debe ponerse porque mis papeles y las pólizas que se entreven significan que necesito resolver con celeridad mi problema y que él no le deja el sitio por educación, que en la cola la única educación es no salirse de ella, sino porque es de justicia que así sea, y asienten los otros, incluso los de la mochila, y ella va y dice que gracias, para qué lo dijo, nunca oí una voz tan tierna, tan segura y tan tierna, y como yo la miraba, me sonrío, vaya por Dios, me dije, no habrá un sitio mejor que una cola para que te llegue el color, todo pastel, oiga, pues no, me sonrió y me sentí incómodo, porque a mi, sabe usted, a mi no me sonreían las mujeres, a mi las mujeres siempre me habían mirado como a las lechugas en la plaza de abasto, a ver si daba la talla para la ensalada, pero nada más, a lo más me sopesaban, con aquellas manos tibias recién salidas del bolsillo de abrigo de paño, y me dejaban luego en el mismo sitio, siempre al alcance del gesto, pero las que escogían eran las otras lechugas, comprende lo que quiero decir, y bueno, aquella sonrisa se convirtió después en palabra y la palabra llegaba con su perfume y su perfume la acompañaba en cada paso que daba, que no por corto se veía menos firme, y pensé que en buena hora me había puesto en la cola, sabe, y yo notaba que estaba mojando los papeles, que las manos más que sudar lloraban y es que no sabía yo que existían mujeres así, las había visto y gozado jóvenes, sabe, con pechos firmes y altivos y caderas estrechas, vehementes en el amor, oliendo a juventud y derrochando lozanía, pero nunca me encontré una mujer así, tan dulce en la mirada, con tanto silencio en su cuerpo, tan dispuesta a dar, pues todo eso ocurría, y es lo que yo digo, no hay derecho, tan tranquilo que estaba yo, que, y por eso vengo, oiga, cuando me tocaba a mi, sabe, se me cayeron los papeles y le dijeron que pasara ella y ella dudó y yo seguía recogiendo los papeles y cuando levanté la vista pues ya le habían puesto los sellos y había dicho gracias, y sonreía, y se le veía feliz, y yo me dí prisa y al llegar a la ventanilla pues se cerró y yo me quedé con los papeles en la mano y la veía a ella marcharse, pero yo me tenía que quedar allí, en la cola, delante del calvo ahora, y eso es injusto, que a mi me cerraran la ventanilla y que ella se fuera y yo me quedara alli, así que exijo que me dé el libro de reclamaciones y no consiento que me diga que la vida no tiene libro de reclamaciones".

* Francisco Pérez Gandul. Escritor sevillano. Wikipedia. Celda 211.

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