domingo, 27 de febrero de 2011

Creo que sucedió en mi barrio (Carlos Sánchez Davis)

a Plinio Chahín

El hombre llegó un día del norte. Así lo decidieron en el barrio. Traía unos zapatos cansados que le daban esa peculiar manera de andar, esa sensación de alma en pena. Quizá la monotonía del bar no permitía una consideración particular para nadie. A una primera foto fija de su entrada en escena, volvieron las voces a repetir nombres de cartas y mujeres, ordenes imprecisas que cortaban un aire ya viciado de humo y de recuerdos.

Pidió un tinto y se quedó mirando el vaso como para seducirlo. La luz mortecina del local apenas llegaba a los contornos, el resto había que reconstruirlo con la experiencia.

Muchas veces recordé esa escena, estaba bien registrada en mi memoria. Volví a recordar el aspecto del salón antes de que él hiciera su repentina aparición. El corte de los dos momentos coincidía con una precisión en donde no había saltos, el montaje era perfecto.

Vuelvo otra vez a reconstruir la segunda parte de los acontecimientos sin poder agregar nada nuevo a mis suposiciones, he invertido tantas veces el orden de los sucesos que ya casi no los recuerdo.

Cuál fue la palabra pronunciada que sonó con tanto vigor y que hizo convergir la mirada de todos en un punto ilusorio; por qué el sonido de la palabra tiene un origen incierto, difícil de ubicar en un cuerpo.

Se discutió mucho después, algunos dijeron que no fue sólo un nombre, sino más bien un nombre acompañado pero no de un apellido (versión que otros en cambio sostuvieron) un nombre quizás con un adjetivo agudo y rencoroso.

La verdad es que recién ahora tomo conciencia de lo difícil que se le hace a uno describir con exactitud un hecho y esto me hace pensar siempre en el libro de historia que usé en la secundaria, con esas frases citadas por los hombres ilustres en los momentos más significativos de una batalla o de una debate público. Quién recuerda, recuerda o simplemente inventa o decide o cree o se convence de que ese era el momento oportuno para que el personaje Tal dijera su cosa y se aligerara así la pesadez de los libros de historia.

De hecho, yo no sé si podría confirmar con certeza lo que se dijo.

En un barrio tranquilo como éste, en donde se vive por reflejo lo que sucede más allá de la General Paz, a un tiempo prudencial de los hechos, ser protagonista, causa de una alteración tan significativa como la de invertir el orden tradicional de prioridad, no es cosa muy común.

Por muchos días, qué digo días, meses, en el barrio no se habló de otra cosa. Pasamos a ser primeras figuras en los periódicos y hasta vinieron de la televisión y muchos de nosotros aparecimos en la cajita eléctrica, entre las risas de hilaridad de los parientes y amigos que señalaban con el índice una pantalla excesivamente nerviosa. Por ejemplo, a mí me entrevistaron, me tiraron una luz cegadora sobre la cara y me preguntaron que había visto y oído; no sé si fue a causa de esa luz pero en realidad no recuerdo bien lo que dije, que versión tenía en ese entonces de los hechos.

Me he contado y he contado tantas veces los sucesos que hasta empecé a pensar que yo realmente no los había vivido, no había estado allí cuando sucedieron, que era mi modo de contar la única cosa real que me quedaba.

Me molestaron mucho en la comisaría y eso creo que influyó en mi estado de ánimo y en mi memoria. Sentí que me presionaban tanto, que de alguna manera comencé a sentir que no había sido sólo un espectador de los acontecimientos, sino más bien un cómplice o algo así por el estilo. Lo cierto es que me hicieron volver varias veces, tantas, que al final me acostumbré a repetir las cosas con una cierta seguridad. Y es más: empecé a creer que eran ciertas.

En realidad, no era el único que estaba extraño en el barrio. Discutíamos mucho en el bar, y para Manolo, su dueño, los negocios iban viento en popa. Cuando el hecho se hizo, como dicen, de dominio público, empezaron a llegar forasteros, gente de otros barrios y hasta de la capital, en busca de noticias, de testigos oculares como decían en la comisaría. Y muchos de nosotros recibieron tragos gratis y porqué no decirlo, hasta una cierta notoriedad. Claro la historia de aquel día fue creciendo en detalles, producto de la gran demanda y llegaron a decir que habían sido seis los disparos, dos los muertos y no sé cuantas mentiras más. Después, como siempre sucede, el tiempo fue cicatrizando el interés, y nosotros, sin olvidar, fuimos olvidando.

Ya ni siquiera hablaría de ese hecho, aunque creo que me costaría mucho, si no fuera por eso del revolver con la culata de nácar que terminó rodando entre mis piernas.


(del libro: "Doce cuentos para ser leídos en conchas y voladoras")





* Carlos Sánchez. Escritor Italiano de origen argentino. Letralia.  Poetas del mundo.

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